lunes, diciembre 11, 2006

El Salar del Rincón: mi viaje iniciático a la Puna argentina

Por fín he subido a la Puna argentina. Por fín he podido gozar de ella. La verdad es que ha sido bastante duro porque he estado metido 17 horas dentro de una pick-up, sentado y dando tumbos, y he salvado un desnivel de algo más de 3,400 m en un solo día, pero ha valido la pena ... Necesitábamos subir para hacernos una idea del salar. Bueno, la verdad era que yo necesitaba ver un salar. Juan José lleva algo más de 15 años estudiándolos y se los conoce como la palma de su mano. Llevábamos algo más de una semana estudiando unos sondeos del Salar del Rincón, y yo tenía bastantes problemas para entender cómo funcionaban los diferentes procesos sedimentarios en este tipo de ambiente sedimentario. Nunca había visto un salar ... sólo lo que conocía por la bibliografía científica existente. En geología, hay que ver el campo para entender cómo funcionan los procesos geológicos. Por mucho que te los expliquen, los geólogos necesitamos ver la zona de donde proceden las muestras que studiamos para hacernos una idea clara de que es lo que pasa en esa región.

Salta está situada a 1,200 m de altitud, sobre la parte distal de un gran cono aluvial. Este cono aluvial es uno de los que conecta la siempre impresionante cordillera de los Andes con la inacabable llanura de El Chaco. La carretera que sube a la Puna asciende suavemente por el cono hasta encontrar los primeros contrafuertes de los Andes, a una hora de viaje de Salta. A partir de ese punto, la carretera asfaltada de convierte en una polvorienta y pedregosa pista e inicia la primera ascensión importante hacia las nubes. A pesar de llevar los cristales del coche bien cerrados, la carlinga se llenó inmediatemente de una neblina blanquecina procedente del polvo de la pista. En ese punto, Pablo y Andrés, los dos geólogos argentinos que nos acompañan a Juan José y a mí, sacaron de debajo del asiento del coche una bolsa de color verde llena de hojas secas. Cogieron unas cuantas y se las colocaron dentro de la boca, entre la mejilla y los dientes. Fueron repitiendo la operación hasta formar una bola de un tamaño considerable. Así que estas deben ser hojas de coca, pensé. Se lo pregunté y me contestaron afirmativamente. ¿Quieres?, me preguntaron. No gracias ... no lo necesito. Coca, coca ... me daba respeto, mucho respeto.

La pista seguía un trazado muy sinuoso, entre montañas imponentes y llena de curvas de casi 180 grados, donde veías como íbamos subiendo a muy buen ritmo. Con cada curva ascendíamos, como mínimo, la altura de la pick-up. El paisaje que se fue abriendo ante mí era espectacular. De una grandiosidad indescriptible. No paraba de mirar de un lado para otro de mi ventanilla del coche porque me costaba acostumbrarme a esas dimensiones tan gigantescas. No conseguía abarcar el paisaje de una sola mirada. No me cabía en los ojos.

Al cabo de unas tres horas, la pista se convirtió otra vez en una magnífica carretera asfaltada, el paisaje se allanó y las montañas se convirtieron en elementos alejados del paisaje. Las curvas casi desaparecieron así como esas enormes pendientes que hasta ese momento habían caracterizado a la pista. La carretera se volvió horizontal. Habíamos llegado al primer rellano que separa los pre-Andes de los Andes auténticos. Yo hacía un rato que me sentía raro ... la respiración se me había acelerado ligeramente sin que me diera cuenta y me sentía algo mareado. Cuando giraba la cabeza el mundo tardaba unos milisegundos en situarse. ¿A que altura estamos?, pregunté. A unos 3,100 m me contestó Pablo. Comprendí que el mareo y la aceleración en la respiración eran consecuencia de la altura. Y aún quedan más de 1,000 m por subir ... ese pensamiento me preocupó. Si a esa altura ya me encontraba así me daba pánico saber cómo podría responder mi cuerpo cuando estuviese a sobre los 4,000 m de altitud. No me lo pensé. Pablo, ¿puedo mascar un poco de coca? Pablo y Andrés se cruzaron una mirada cómplice y, sin decirme nada, me pasaron la bolsa verde. Andrés me explicó cómo debía colocarme las hojas en la bosa, y cómo debía ir mascándolas. Debía dejar que mi saliva las fuera impregnando y, de vez en cuando, darles un par de mordiscos para facilitar la extracción de los diferentes alcaloides que contienen las hojas. Mi primer encuentro con las hojas de coca no fue muy agradable ... me costó colocarme correctamente las hojas en el carrillo y los primeros mordiscos fueron bastante desagradables, porque las hojas no se estaban quietas y casi me las trago. Después de un par de arcadas de rigor conseguí pillarles el truquillo.

No se cuanto tiempo transcurrió antes no abordamos la segunda gran ascensión hacia el cielo.La carretera volvió a pegarse a las montañas, a volverse sinuosa. Fuimos subiendo hasta que llegamos al alto del Chorrillo, a 4,560 m de altitud. Llevábamos algo más de cinco horas de viaje. Pedí a Pablo que parase en el alto porque quería hacerme la foto de rigor. Nunca había estado a tanta altura. Aquí os la dejo.
















A partir de este punto la carretera vuelve a convertirse en una pista pedregosa y desciende hasta situarse a unos 3,800 m de altitud. La pista nos jugó una mala pasada rebentándonos una de as dos ruedas traseras. Pablo y Andrés se afanaron a cambiarla mientras nosotros nos dedicamos a mirar. Cuando acabaron los dos resoplaban como dos locomotoras desbocadas debido al esfuerzo realizado. Una cosa es cambiar una rueda del coche a nivel del mar y otra completamente diferente es cambiarla a 3,800 m de altitud!

Aprovechando el parón momentáneo me dediqué a hacer fotografías como un poseso. Había decidido que si no me cabía el paisaje en el objetivo de la cámara, iría haciendo fotografías secuenciadas hasta que entrase. Y he aquí el resultado:


Aún tardamos algo más de una hora para llegar a San Antonio de los Cobres, el principal pueblo de la zona. Repostamos gasolina y continuamos nuestro viaje sin parar. Aún quedaban un par de horas de trayecto antes de llegar a nuestro destino final. Por aquel entonces ya le había cogido afición a eso de mascar coca. Me encontraba mejor. El mareo no había desaparecido completamente pero estaba bajo unos parámetros totalmente controlable y mi respiración continuaba acelerándose se hacía un esfuerzo más grande de lo normal.

Lo que más me maravillaba era lo cerca que parecían las montañas y lo lejos que realmente estaban. Daba la sensación que si estiraba la mano por fuera de la ventanilla del coche llegaría a tocarlas sin esfuerzo. Juan José me explicó que esa percepción era debido a la ligereza y transparencia de la atmósfera. De hecho sólo teníamos encima de nuestras cabezas dos tercios de la atmósfera a la que estábamos acostumbrados lo que implicaba que el aire era mucho menos denso. Además, la región es extremadamente árida, lo que implica una baja humedad. Ambos factores combinados daban como resultado que fuésemos capaces de ver mucho más lejos que lo que estamos acostumbrados y a que los objetos pareciesen mucho más cerca de lo que realmente estaban.

Al final llegamos a un pequeño pueblecito (cuyo nombre no he conseguido retener ...) situado al sur del Salar del Rincón, nuestro objetivo. Hicimos una pequeña parada para comer alguna cosa (no mucho según me recomendaron Pablo y Andrés), coger unos bocadillos de carne que nos prepararon allí mismo, y otra vez en marcha.

El salar es realmente espectacular. Juan José me contó que no es de los más grandes que ha visto. Es de tamaño mediano. Tiene unos 40 km de ancho por otros tantos de largo. Os dejo aquí la imagen del salar tal y como se puede ver en Google Earth.


Tres inmensos volcanes cuaternarios (Pocitos, Del Medio y Tul-Tul). Los tres volcanes superan con facilidad los 5,500 m de altura. Los volcanes estan alineados siguiendo un lineamiento estructural (una falla, para que nos entendamos) cerrando el salar por el sur, mientras que por el norte éste queda limitado por el cono aluvial del Río ... Entramos en el salar por el sur y lo fuimos bordeando en el sentido de las agujas del reloj. Si de lejos impresionan los volcanes no os digo nada cuando estás en la falda de éstos.

Yo siempre me había imaginado que la superfície del salar sería una impresionante costra lisa y blanca de halita. Y no se porqué. Supongo que por analogía a los playa-lakes que se pueden ver desperdigados por las zonas áridas de los Monegros o la Cordillera Pre-Bética española. Nada más lejos de la realidad. Los márgenes si que están formados por una costra lisa y blanca de halita pero, conforme te vas adentrando en el salar, comienzan a aparecer grietas en la superfície blanca las cuales definen estructuras poligonales. Los bordes de estas estructuras poligonales van adquiriendo entidad y, a unos 200 m del borde del salar, las estructuras poligonales han desaparecido completamente para dejar paso a una masa caótica de fragmentos de costra en la que es muy difícil transitar. El color blanco también ha desaparecido para dar paso a un color blancuzco-marronoso. La sal asciende a la superfície del salar debido a la intensa evaporación que existe, lo que provoca una migración del agua y de la sal disuelta en ella por capilaridad. Justo al salir a la superfície, la sal precipita formando eflorescencias muy bonitas de color blanco nuclear. Esto sucede constantemente en los márgenes del salar (ya que allí es donde hay más agua disponible) y muy raramente en el centro de este. Con el paso del tiempo, el constante e intenso viento que siempre sopla allí transporta mucha arena de los alrededores que acaba depositando encima de las eflorescencias, dándoles ese aspecto sucio final a centro de cuenca.

Aquí teneis un par de fotografías para que os hagais una idea de a que me refiero.
















A mediodía comimos un poco en el centro del salar y, en algo menos de media hora, volvíamos a estar dentro del coche dando tumbos y agarrándonos donde podíamos para evitar estrellar nuestras cabezas en el techo de la pick-up. Sobre las cinco de la tarde habíamos conseguido rodear la mitad del salar. A partir de ese punto, el camino (por llamarlo de alguna forma) que hasta ese momento había torturado sin piedad nuestros culos se transformó en una magnífica pista, lo que nos permitió completar la vuelta rápidamente.

Aquí os dejo las impresionantes vistas del salar desde el borde este.





Volvimos al pueblecito donde, unas horas antes, habíamos recogido la comida y, después de una breve despedida emprendimos el viaje de regreso hacia Salta. El viaje de regreso se me hizo eterno. Parecía que nunca llegábamos. Supongo que el cansancio me empezaba a pasar factura ... Continué mascando hojas de coca hasta nuestra llegada a Salta. Llegamos al hotel sobre las diez de la noche totalmente molidos. Esa noche ni cenamos. Yo sólo quería tumbarme sobre una superfície horizontal y que se estuviera quieta. En la habitación, escupí los últimos restos de hoja de coca que aún me quedaban y entonces fuí a lavarme los dientes. La pasta dentrífica actuó como un auténtico puñetazo. Las hojas de coca me habían producido microcortes por toda la boca y la pasta dentrífica se encargó de evidenciarlo de una forma bastante dolorosa! Como pude, me lavé los dientes y pensé que mañana ya me ocuparía de arreglar ese pequeño problema. Ahora sólo quería irme a la cama ...

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