jueves, agosto 17, 2006

De Rodríguez ...

Cuando Bàrbara se fue de colonias el pasado 18 de mayo, la casa se he hizo grande. Hoy, la casa es enorme. Graciela y Bàrbara se han ido a Burgos mientras yo me he quedado en Barcelona. No es que nos hayamos peleado, no. Es por prescripción facultativa.

El médico que me controla mi evolución de la rehabilitación sólo me dió 15 días de vacaciones. Esto implicaba que yo sólo podía irme a Port de Sòller. Me quedaba sin poder ir a mi querida ciudad de Burgos a ver a la família que reside allí, hablar con los amigos burgaleses, pasear por sus restauradas calles del centro, a catar nuevos y sorprendentes Riberas del Duero y a poder comer sus geniales pinchos.

Ayer empecé de nuevo con la rehabilitación después del mini-parón estival. Y mi comienzo no pudo ser peor: a los cinco minutos de hacer mis ejercicios me dolía horrores toda la pierna derecha. Llegué a casa bastante cojo, y justo me dió para poder sentarme en el sofá y poder descansar. Hoy la cosa ha ido mejor. Aunque también me ha dolido, el dolor ha sido menor. Ya me vuelvo a acostumbrar a mis ejercicios ...

Lo que no me acostumbro es al ensordecedor silencio de casa. Siempre soy yo el que me voy de viaje y Graciela y Bàrbara las que se quedan, pero esta vez ha sido al revés. Y se me está haciendo muy extraño. Silenciosamente extraño. No porque no esté acostumbrado a estar solo en los sitios. He estado infinidad de veces solo en una habitación de hotel en algún lugar de este mundo. Estar de viaje implica soledad y, a este tipo de soledad ya estoy acostumbrado. De vez en cuando, incluso me gusta. A la que no estoy acostumbrado es a la soledad en mi propia casa. Todos los objetos son extrañamente familiares y familiarmente lejanos.

Igual es por el inusual silencio de casa ...

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