lunes, noviembre 20, 2006

De Barcelona a Salta (Argentina): El viaje

Juan Jose y yo ya estamos instalados en Salta (Argentina). Llegamos ayer por la tarde a las 14 horas (hora local) después de algo más de 18 horas repartidas en tres aviones más otras tantas de espera en los aeropuertos de Barcelona, Madrid y Buenos Aires.

Fuimos al aeropuerto de Barcelona dos horas antes de la salida del vuelo que nos debía llevar a Madrid debido al miedo que teníamos a la nueva regulación de seguridad que afecta a todos los aeropuertos europeos. Yo tenía todos los números para tener problemas: llevaba el ordenador portátil, la PDA, el mp3, montones de cables y cargadores, el cepillo de dientes y la correspondiente pasta dentrífica (en su bolsa de plástico transparente tal y como especifican las nuevas reglas), como equipaje de mano. Al final, deseché la idea de llevar las multiples cremas de afeitar y lociones como equipaje de mano por miedo a perderlas ¡Cómo iba a pasar 15 días sin ellas! ... coqueto que es uno.

Al subir hacia la zona de control, vimos algunas chicas uniformadas con bolsas de plástico en las manos por si no llevabas la tuya de casa. Me preparé para lo peor ... y, al final, no pasó nada. Tanto a Juan José como a mí se nos olvidó sacar la bolsa de plástico con el cepillo y la pasta dentrífica de la bolsa de equipaje de mano, y nadie nos dijo nada. Lo que sí me pidieron fue sacar el portátil de su bolsa, pero no hacía falta el resto de aparatos electrónicos ... ¡en fín! Sin comentarios: tanta publicidad con las nuevas regulaciones y al final todo es lo mismo. No ha cambiado prácticamente nada ...

El vuelo hacia Madrid fue como la seda. Llegamos a la terminal 2 (T2) desde donde teníamos que cambiar a la T1, desde donde opera Aerolíneas Argentinas. Como todo está tan bien indicado, nos acabamos encontrando en la T4 sin saber porqué. Desde allí realizamos un montón de pesquisas para averiguar de dónde salían los autobuses que nos debería transportar a la dichosa T1. Al final, y después de andar un buen rato, lo conseguimos. El paso de la zona de control fue aún más lamentable que en Barcelona ... había dos escáneres operativos pero uno no funcionaba simplemente porque la persona que lo manejaba estaba charlando con dos guardias civiles ... ¡realmente indignante! cuando nuestra indignación se hizo patente, el buen hombre decidió trabajar un rato. Volví a sacar el portátil de su funda, el móbil, la cartera, el portamonedas ... pero de mi pasta dentrífica magníficamente embalada en su bolsa de plástico transparente nada de nada ... No hay nada como crear unas normas estrictas de seguridad para que el propio personal encargado de materializarlas no les haga ni caso ... ¡en fín!.

El vuelo fue horroroso. Horroroso según mi estándard porque según el de Juan José fue delicioso. El avión estuvo sometido a todo tipo de turbulencias durante todo el viaje (supongo que se les olvidó asfaltar el cielo) y sobre todo fueron especialmente intensas sobre Brasil. Las fuertes corrientes convectivas que se generan sobre la selva amazónica, y que llegan hasta la estratopausa, hacían bailar todo un Boeing 747-400 como si fuera de papel. Lo dicho: un viaje horroroso.

Llegamos al aeropuerto internacional de Buenos Aires Ezeiza sobre las 9 horas (hora local) sin demasiadas más novedades. De allí, recuperamos nuestro equipaje, cambiamos nuestros primeros dólares americanis por pesos argentinos, y mediante la compañía de autobuses Manuel Tienda León, nos dispusimos a cambiar del aeropuerto internacional de Ezeiza al nacional (Aeroparque Jorge Newbery). Este segundo aeropuerto está en pleno centro de la ciudad de Buenos Aires, justo en la orilla izquierda del Río de la Plata.

El trayecto se desliza por una especie de autopista elevada que cruza la ciudad (la autopista 25 de Mayo, creo), dura unos 20 minutos y, gracias a él, pude tener una primera idea de la ciudad. La primera impresión que me produjo Buenos Aires es de caos. Caos arquitectónico. Da la sensación como si algún gigante hubiera ido sacando edificios de una inmensa bolsa y los hubiera ido colocando uno al lado del otro sin preocuparse de la estética. Los de nueva facturación se mezclan con los antiguos sin ningún orden aparente. Los edificios están abigarrados y pugnan unos con otros por dejarse ver, por mostrarse ... y parece que te chillen ... ¡A mí!¡A mí!¡Mírame a mí y no hagas caso del de al lado que es muy cutre!¡No a mí, mírame a mi! ... pero el conjunto no es agresivo. El impacto visual es sorprendente pero no dañino. Igual porque mis ganas de ver esta ciudad, largamente deseada (Juan José y Alberto me habían hablado miles de veces de ella), superaba con creces mis expectativas y dulcificaba cualquier anomalía ...

Como el vuelo para la ciudad de Salta no salía hasta las 12 horas disponíamos de justo una hora preciosa para corretear por las calles de Buenos Aires. Y la verdad es que me apetecía mucho ... quería poner imágenes a la genial música de Astor Piazzola. Quería imaginarme sus nuevos tangos, como Adiós Nonino, Aires de Buenos Aires o Hace veinte años, mientras me paseaba por sus anchas avenidas y me dejaba tostar por el intenso sol que de buena mañana calentaba mi maltrecho e insomne cuerpo. A Juan José también le apetecía enseñarme un poco de Buenos Aires. Dejamos las maletas en la consigna que la compañía de autobuses tiene en la Avenida Madero y, armado con mi cámara fotográfica, me dejé guiar por el genial saber de Juan José.

Subimos por la arbolada Avenida Ramos Mejía, y lo primero que me encontré fue la Torre de los Ingleses. Fue construida por residentes británicos en conmemoración al Centenario de la Revolución de Mayo, e inaugurada el 24 de mayo de 1916. La compañía encargada de la construcción de la torre fue "Hopkins y Gardom" y todo el personal técnico, como los materiales, salvo la arena y el agua, fueron traídos de Inglaterra. Sobre la puerta principal, tiene la inscripción "al gran pueblo argentino", los residentes británicos, salud, 25 de mayo 1810-1910". La torre cambió su nombre a “Torre Monumental” luego de la guerra de Malvinas en 1982; pero la gente aún la llama Torre de los Ingleses.

Al final de esta calle nos encontramos con la Avenida del Libertador. En Buenos Aires, es una calle cualquiera pero, para mí, no lo era. Esta calle tiene 6 carriles en cada sentido y atravesarla se hace eterna. A duras penas se la cruza con el semáforo de
los peatones en verde.

Después de atravesar la Plaza de San Martín (con la consiguiente estatua ecuestre del libertador de Argentina) llegamos a las calles peatonales del centro. ¡Esas eran las calles que Juan José me quería enseñar! Paseé por la calle Florida ávido de sensaciones. La música de Astor volvió a mi cabeza, y no pude evitar canturrear uno se sus tangos y acompasar mis pasos a esa música. A pesar de ser domingo por la mañana había bastante gente por la calle. Casi todos los comercios estaban cerrados, pero cerrando los ojos, me fue muy fácil imaginármela atiborrada de gente comprando, mirando escaparates, paseando ...



























La hora pasó más deprisa de lo que quise. Rápidamente volvimos donde habíamos dejado el equipaje y nos montamos en el autobús hacia el aeropuerto de Aeroparque. Durante la espera para embarcar en el avión que nos debía llevar a Salta, me dediqué a mirar por los grandes ventanales de la sala de espera. La vista de Buenos Aires era magnífica, y creo que refleja muy bien el carácter de la ciudad. Casi tod
o son edificios bajos, y de vez en cuando, hay un bloque que sobresale, como queriendo destacar más que los de su alrededor.


El viaje a Salta transcurrió sin demasiadas novedades. Finalmente llegamos a nuestro destino a las 16 horas (hora local). Nos estaban esperando Ricardo Alonso y Carlos Sorentino. El primero es el Secretario de Minas del Gobierno de Salta y el segundo es el representante argentino de la empresa minera australiana Admiralty Resourdes Ltd.

Después de las presentaciones formales, nos llevaron al hotel, situado a una cuadra (un manzana de casas) del centro de Salta. Yo llegué que a duras penas sabía donde tenía la mano derecha y la mano izquierda. Deshice el equipaje y salimos a dar nuestro primer tumbo por la ciudad. Nuestros pasos nos llevaron a la Plaza 9 de Julio (el centro de la ciudad) y nos sentamos en una terraza a tomarnos la primera cerveza. La cerveza me sentó de maravillas ... no tardamos en ir a cenar e irnos a la cama. ¡Cómo había soñado con ella!

Mañana será otro día, pensé ...

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