viernes, junio 16, 2006

Congreso sobre variabilidad climática en Londres

Ahora mismo estoy en la sala de espera del aeropuerto de Heathrow en Londres esperando que sea el momento de embarcar para casa ... que ya tengo ganas.

Me he pasado toda esta semana en Londres asistiendo a un congreso organizado por la University College London (UCL) sobre la variabilidad climática de los últimos 12.000 años (HOLIVAR - HOloce CLImate VARiability).

La idea fundamental en este tipo de congresos es que los registros meteorológicos instrumentales son demasiado cortos en el tiempo (en el mejor de los casos sólo cubren los últimos 150 años) como para poder caracterizar perfectamente los eventos extremos de alta (unos 5 - 10 años), media (unos 25 - 50 años) y baja (100 - 200 años) frecuencia. Por eventos extremos entendemos tanto años con sequías importantes (como fue la del año pasado), como inundaciones extraordinarias, años especialmente fríos (las famosas nevadas de 1963) o cálidos (el verano de 2003). Para ello, hay que alargar las series instrumentales hacia el pasado. El disponer de series más largas permite realizar estudios de frecuencialidad (cada cuantos años pasan dichos fenómenos) y de caracterización de los procesos que los gobiernan. Una de las formas de alargar las series de datos es mediante el estudio de "sensores" naturales. Los "sensores" más empleados son los árboles, los lagos, el mar o los casquetes polares, entre otros. Estos sensores están en equilibrio con las condiciones climáticas imperantes en ese momento, reaccionan a los cambios climáticos y "archivan" dicha reacción. El archivo de la reacción por parte de los sensores puede venir indicado por el crecimiento de un anillo de los árboles más estrecho (o más ancho) que el precendente en el caso de los árboles, o, en el caso de los lagos, por la deposición de una capa de sedimento con unas características físico-químicas diferentes a la que se depositó en el año anterior. Este trabajo es el que trabajamos en Paleoclimatología. Cada uno de nosotros nos especializamos en un tipo de sensor y en un período de tiempo de la Tierra determinados. Yo, por ejemplo, trabajo con los sedimentos de los lagos y durante un lapso de tiempo que abarcaría el Quaternario (aunque en la última revisión de la escala temporal de la Tierra recientemente elaborada por la Comisión Internacional de Estratigrafía ha eliminado dicho periodo incluyéndolo dentro del Neógeno). Podeis obtener más información aquí. En este tipo de congresos nos dedicamos a mostrar nuestro trabajo (mediante un póster o una comunicación oral), a intercambiar ideas, experiencias y discutir posibles soluciones y nuevas tendencias.

En el mundo académico hay dos tipos de congresos: los que, por alguna circunstancia, se recuerdan, y los que se olvidan tan pronto como subes al avión de regreso a casa. Este congreso pertenece a la segunda categoría.

El programa que los organizadores colgaron en la web del congreso parecía prometer mucho. Venían los mejores especialistas en campos tan diversos como la modelización climática (Prof. Paul Valdes), el impacto de la dinámica del Sol en el clima terrestre a gran escala (Prof. Jürg Beer) y a pequeña escala temporal (Prof. Bas van Geel), el papel de la variabilidad climática del pasado sobre las diferentes civilizaciones (Prof. Frank Oldfield), la siempre controvertida reconstrucción de la evolución de la temperatura de los últimos 1000 años en el Hemisferio Norte (Prof. Michael Mann) o la probable evolución futura del clima (Prof. Raymond Bradley), entre otros. Os dejo el programa detallado aquí. Yo venía dispuesto a escuchar a estos grandes especialistas, a aprender de ellos. También esperaba que ellos aportaran las últimas novedades científicas en sus respectivos campos. Y, al final, casi todas las charlas fueron meras revisiones de las teorías actualmente aceptadas por buena parte de la comunidad científica. Nada que ya no se encuentre en algunos de los últimos libros publicados. No hubo grandes novedades, excepto en la charla de Michael Mann que suscitó bastante debate, ya que no todos los científicos están de acuerdo con dicha reconstrucción.

Para acabar de fastidiar las cosas, mi pierna derecha se portó bastante mal, y sobretodo mi tobillo derecho. El primer día de congreso fue regular. Me fue doliendo el tobillo y, al final del día, lo tenía bastante hinchado. Lo atribuí a que, como no andaba correctamente (si articulo completamente mi rodilla aún me duele bastante), lo había estado forzando todo el día. El martes por la mañana me levanté con el tobillo deshinchado y algo dolorido, pero nada de lo que preocuparse seriamente ... así que, después de desayunar, me encaminé al congreso con paso lento pero decidido. Después de una marcha de 5 minutos llegué bastante dolorido. Me empecé a preocupar de verdad. Las sesiones de pósters fueron especialmente duras porque éstas consistían en pasearse durante un par de horas por la mañana, un par de horas al mediodía y otro más durante la tarde a lo largo de dos salas donde éstos estaban exhibidos, sin sentarse. El martes terminé muy cansado y dolorido. El miércoles empezó mal. El tobillo no se había deshinchado y sin apoyar el pie en el suelo ya me dolía. Como pude fuí a desayunar y me acerqué a la sede del congreso. Todo el miércoles y el jueves fue un calvario. Cada vez más me dolía el tobillo derecho con más intensidad, lo que me limitaba cada vez más mis movimientos.

El jueves por la tarde, bastante deprimido, decidí pasarme por uno de esos lugares donde me refugio cuando todo va mal: La Waterhouse Library. Los libros son mi gran pasión. Cuando estoy muy deprimido acostumbro a meterme en alguna librería. Allí me dedico a hojear libros durante horas y a comprarme alguno. Esta librería está situada a un par de calles hacia el sur de la UCL, justo al lado del British Museum. Es un tipo de librería de las que me gustan y que más hecho a faltar en España. Ocupa todo un edificio de cuatro pisos todos llenos de libros. En el sótano tiene una cafetería encantadora donde te puedes bajar los libros que previamente has seleccionado y mirártelos con calma para poder decidir con cuales te quedas, mientras te vas tomando un té. Me bajé con cinco libros, de los que finalmente me quedé tres. Me los hubiera llevado todos pero mi tarjeta VISA no podía con más.

Con el ánimo reconfortado por mis nuevas adquisiciones me encaminé a mi habitación, y me pasé un par de horas leyendo ... ya me sentía mejor. El viernes por la mañana, acudí a la última reunión del congreso, y a eso de las 10.30 de la mañana ya estaba libre. Mi avión de retorno no era hasta las 18.15 horas, o sea que disponía de unas horas para hacer lo que quisiera. Mi plan inicial era ir a visitar el British Museum, mi gran asignatura pendiente de las otras veces que he estado en Londres. Siempre he querido ir a ver la colección de arte persa y de momias que tiene dicho museo, pero siempre, por problemas de última hora, me ha sido imposible. Ahora tenía la oportunidad, pero el estado de mi pierna derecha no era el adecuado.

Después de darle bastantes vueltas decidí que lo mejor sería dejar la visita al British para otra ocasión (no estaba convencido que mi tobillo y mi rodilla derechos aguantaran la caminata), y finalmente me encaminé hacia el centro de Londres. Fuí bajando por Tottenham Court Road y Charing Street. Cuando llegué a la plaza de Cambridge Circus torcí hacia la derecha por Shaflesbury Avenue y llegué a Piccadilly Circus, mi primera parada. Me senté en los escalones de la fuente del pequeño Eros y me dediqué a contemplar las grandes pantallas de anuncios que han hecho tan célebre esta plaza. Durante todo el recorrido mi pierna derecha se había portado mejor de lo que yo había previsto. Me había dolido pero a un nivel bastante aceptable. Animado, bajé por Haymarket, torcí a la izquierda por Pall Mall y me encontré en Trafalgar Square. La estatua del comandante Nelson estaba tapada debido a trabajos de restauración. Después de las fotografías de rigor, encaminé mis pasos por Whitehall. Allí ví el cambio de guardia del Horse Guards (espectacular si no hubiera sido por la ingente cantidad de turistas españoles situados en medio fastidiándolo todo), y descubrí la famosa calle de Downing Street. Cuando llegué a Paliament Square, me dediqué a contenplar el Big Ben, dudando a donde dirigirme. Finalmente decidí ir a ver la Westminster Abbey. La entrada me costó la friolera de 10 libras (¡nada menos que 17 euros!) y más de media hora de cola para poder entrar. Yo sabía que Isaac Newton estaba enterrado allí, y ese fue mi objetivo: ir a visitar la tumba de una de las mentes más brillantes que han pisado esta tierra. Me dediqué a buscar dicha tumba y descubrí que la abadía es, de hecho, un inmenso cementerio de personajes ilustres. Entonces me dí cuenta que encontrar dicha tumba no iba a ser nada fácil. Empecé mi recorrido sin demasiada prisa. Lo que más me gustó fue la Tumba de Enrique VII y su esposa, la Reina Isabel (donde el techo de la capilla es de una fantástica exhuberancia de nervaduras y florituras talladas), el Coro (con su multitud de escudos en los asientos) y la Sala Capitular (con frescos y baldosas del siglo XII). Casi al final de mi recorrido aún no había encontrado la tumba de Newton. En la guía que llevaba mencionaba su existencia (que yo ya sabía de antemano) pero no comentaba su ubicación. En ese momento me percaté que había llegado al Poet's Corner (La Esquina de los Poetas) donde se sitúan monumentos dedicados a Lewis Carrol (escritor inventor del estilo literiario non-sense), Charles Dickens, Shakespeare, Laurens Olivier y Ruyard Kipling, entre otros. Ver a tantos genios literarios, a los que admiro con devoción, juntos me impresionó. Allí me senté un buen rato para descansar y dejar que me impregnara la dulzura literaria que destilaba esa esquina. Ya al final de mi recorrido, y decepcionado por no haber sido capaz de encontrar la tumba de uno de mis ídolos científicos, me encaminé hacia un rincón que aún no había visto. De pronto, en el suelo me encontré la lápida de Charles Darwin, y un poco más allá, la de David Livingstone (el gran explorador inglés que descubrió el Lago Victoria). La tumba de Issac Newton no debía estar muy lejos ... Y efectivamente. Alcé la vista y allí la encontré. Volví a sentarme satisfecho. Cerré los ojos y me dediqué a relajarme. A impregnarme de la atmósfera del lugar. Al cabo de un tiempo, volví en mi mismo, me levanté y salí fuera de la abadía. Estaba relajado y contento.

Volví a Parliament Square, crucé el Westminster Bridge, y me situé enfrente del Houses of Parliament, para admirar este edificio tan singular. Le hice algunas fotografías al Big Ben y al edificio del parlamento inglés y volví a cruzar el Río Támesis por el mismo puente pero esta vez por la otra acera. Justo después del puente encontré un pequeño puesto de sandwiches donde me compré un sandwich, una madalena de chocolate y una botella de agua de 0.5 l. Todo me costó 6.50 libras, o sea una barbaridad de euros. Me volví Parliament Square, y bajo la sombra de un platanero, devoré tan frugal comida. Eran las 13 horas.

Después de descansar un buen rato (el tobillo se me había vuelto a hinchar y me estaba doliendo bastante), volví a subir tranquilamente por Whitehall, Charing Cross y Tottenham Court Road, hasta la residencia donde tenía el equipaje guardado. Después de recogerlo, me he metido en The Tube (o sea el metro) por Goodge Street, y de allí hacia Heathrow, donde he llegado una hora después.

El congreso ya está prácticamente olvidado (y eso que aún me queda una hora para subir al avión) pero el día de hoy ha valido la pena ... espero que mi próximo congreso sea mejor que este último.

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