sábado, mayo 27, 2006

Al límite de la máquina!

Hace tres días que conseguí llegar a los 120 grados de flexión. Esta pequeña conquista me hace estar contento y aterrorizado a la vez.

Contento porque, poco a poco, voy progresando, y mi rodilla cada vez responde mejor. Cada vez me siento más seguro y me muevo mejor. Ya hace un par de días que por casa me desplazo sin la ayuda de las muletas. Los dos primeros pasos me cuestan porque la rodilla opone cierta resistencia, pero una vez vencida ésta, y con un poco de inercia, casi ando como una persona normal. Y eso me llena de satisfacción. Además, ayer fuí andando (pero esta vez con la ayuda de las muletas) desde el colegio de Bàrbara hasta el instituto. El camino no es largo (unos 20 minutos andando como una persona normal) pero está lleno de pequeñas subidas y bajadas, y algunos escalones. Tardé algo menos de 30 minutos en cubrir el trayecto. Llegué completamente molido (la rodilla me dolía y tuve que sentarme sólo llegar durante un buen rato) pero muy satisfecho. Poco a poco voy consiguiendo normalizar mi vida ...

También estoy contento porque ya he llegado al límite de la máquina que me obligaba a flexionar la rodilla. Y ahí empieza mi terror. El pasado miércoles, cuando los fisioterapeutas vieron que ya no me quejaba cuando la máquina flexionaba mi pobre rodilla derecha y que las facciones de mi cara no mostraban dolor, si no más bien tranquilidad, y hasta cierto hastío, decidieron cambiar de estrategia.

Me pidieron que me tumbara en una camilla boca abajo y que intentara flexionar la rodilla para atrás y que me intentara tocarme el culo con el pie. Cuando llegué al punto de máxima flexión, el fisioterapeuta me cogió suavemente la pantorrilla y me obligó a doblar la rodilla un poco más. En ese punto, el dolor apareció súbitamente y se volvió absolutamente insoportable. Tuve la sensación que me estaban arrancando la pierna de un tirón. Intenté escaparme pero en esa posición estaba totalmente indefenso. Con una mano el fisioterapeuta obligaba a la rodilla a doblarse y, con la otra, me presionaba el glúteo de la misma pierna de tal forma que no podía moverme. No podía escaparme. Intenté contener los gritos de dolor que subían por mi garganta pero, al final, no pude y se me escaparon varios. Al cabo de (para mí) una eternidad, el fisioterapeuta me liberó gradualmente, me dió unos segundos de descanso para que me recuperara y volvió a la carga. Repitió el ejercicio cuatro veces. Al final, me liberó completamente y me dejó boca abajo tendido en la camilla, resoplando y extremadamente dolorido.

Tardé varios minutos en ser capaz de controlar el ritmo de mi respiración y en dominar el dolor. Poco a poco, me fuí dando la vuelta, y me incorporé. Me quedé sentado en la camilla. Alcé la vista y ví las expresiones de las otras personas con las que comparto sufrimientos varios. Eran todo un poema. Las facciones de sus caras variaban entre la compasión (hacia mí) y el dolor.

Ayer viernes volvieron a la carga y salí de la mútua deseando que no llegara el próximo lunes. Como el dolor continúe con esta intensidad no sé si voy a ser capaz de aguantar todo el tratamiento que me queda. Suerte que me queda este fin de semana para olvidar ...

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